El artículo de Pablo Linde que nos estimula a dar la vuelta al fracaso urbanístico de los veinte últimos años, sugiere una reflexión sobre la relación entre la realidad social y la ciudad, entre la forma de relacionarnos y la forma de la ciudad.
Existen numerosas definiciones sobre la desarrollo sostenible, pero acudiendo al informe Brundtland de 1987 en donde se establece que el desarrollo sostenible (o desarrollo sustentable), es aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones podemos colegir que el objetivo de una ciudad sostenible debe lograr el equilibrio en un balance económico, medioambiental y sociocultural desarrollando unos objetivos enmarcados en un sistema de gobernanza local caracterizado por un profundo compromiso de participación e inclusión ciudadana (Urbanization and Development: Emerging Futures_World Cities Report 2016_UNHABITAT)
Se puede afirmar que el mapa de la ciudad es el reflejo del estado de esa ciudad y de sus ciudadanos. La expansión urbana indeterminada responde no sólo a los deseos de un estilo de vida suburbano de sus ciudadanos sino que también es debido a la ocupación de áreas marginales y periféricas por personas necesitadas de alojar a su familia. Esta situación provoca divisiones territoriales pero también divisiones sociales. Patrones informales de desarrollo urbano caracterizados por la carencia de infraestructuras que rodean grandes áreas de nuestras ciudades. No hablamos de las grandes urbes mundiales, me refiero a ciudades de cien mil habitantes en las que vivimos, ciudades en torno a la Bahía de Cádiz, a la Bahía de Algeciras, ejemplos de dos áreas que configuran el sistema de ciudades de Andalucía. Con singularidades sociales que las diferencian de esas megalópolis, no siempre relacionadas con la pobreza, pero con elementos compartidos también, y de cualquier manera síntoma de un problema, de algo que no funciona.
Ahora, que ha pasado medio siglo desde que se abandonaron las últimas convicciones modernas sobre la ciudad, volvemos a establecer nuevas estrategias para la recuperación de nuestras ciudades, basadas en la Rehabilitación y en la Densidad, entre otras, que permitirán la integración deseada.
Existe una relación evidente entre el estado de ánimo y la gráfica de la escritura, que tiene tendencia a decaer el renglón en momentos de tristeza. De forma paliativa, comprobada su eficacia, se recomienda escribir elevando el renglón para “subir el ánimo”. De la misma manera, se espera que la integración urbana permitirá alcanzar la integración social de aquellos grupos ciudadanos más desfavorecidos.
El suelo y la vivienda no han podido desprenderse de su valor de cambio. Incluso hoy se deslizan normas reguladoras del derecho a la vivienda, nada sospechosas de liberalismo, que caen sin querer en un lenguaje mercantilista. Mercado y competencia forman parte de una estructura indisoluble que bajo la apariencia de su beneficio social se instala entre nosotros hasta constituirse como verdad indiscutible.
La experiencia nos debe preparar para evitar que la adopción de las medidas enunciadas sean gestionadas de forma perversa y para ello, será necesario establecer metodologías adecuadas de participación colectiva por un lado, y agilidad en la tramitación del planeamiento y la gestión urbanística, renovados por supuesto, que permita satisfacer las necesidades de los ciudadanos que depositan su confianza en una convivencia urbana que debe orientarse más hacia la cooperación que hacia la competencia. La experiencia nos demuestra que no sólo será necesario modificar las herramientas o las metodologías sino que el cambio debe ser más profundo. Será necesario revisar nuestras convicciones.